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Heather estaba angustiada. Ella y su familia se acababan de mudar a una nueva casa a dieciséis kilómetros de la anterior y todo había ido de maravilla, excepto por un detalle muy importante: Toby no estaba. El día de la mudanza, también habían llevado a la nueva casa en su transportín a su gato Toby, gris atigrado, que era un miembro más de la familia. Le dieron una vuelta por la casa y luego lo dejaron solo para que explorara mientras la familia empezaba a desembalar cajas y a mover muebles.
Dos días después, Toby no se presentó a cenar, pero Heather no se preocupó demasiado. Sin embargo, a la mañana siguiente siguió sin aparecer y Heather se asustó. ¡Qué le habría pasado! Oró en silencio y le pidió a Jesús que cuidara de Toby. Pero pasaron los días y Toby no volvió.
Entonces, Heather llamó a uno de los vecinos que vivía cerca de su otra casa para pedirle que revisara si el cartero le había dejado correspondencia. Mientras hablaban, le contó que Toby había desaparecido y que temía que lo hubiera atropellado un automóvil. «Pues te cuento que un gato gris atigrado lleva una semana merodeando por la entrada de tu antigua casa» , le dijo el vecino. Heather apenas podía creer que fuera Toby, ¡pero lo era! Había caminado casi dieciséis kilómetros y cruzado varias carreteras muy transitadas para volver a su antigua casa. Aquella noche, mientras Toby se acurrucaba en el sofá, su familia elevó una oración de agradecimiento.
Seguro que has oído hablar de lo maravilloso que será nuestro nuevo hogar celestial. Pero cuando todo va bien aquí en la tierra, puede resultar difícil imaginar que nuestro hogar en el cielo pueda ser mejor que el que tenemos aquí, pero lo es. Gracias a la Biblia, sabemos que el hogar que Dios está construyendo para nosotros es mejor, muchísimo mejor, que cualquier hogar que podamos tener aquí en la tierra.
Joelle.