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Hace mucho tiempo, la gente organizaba peleas de perros. Si el perro de una persona ganaba, la persona se llevaba algo de dinero. Pues bien, un día un hombre metió a su perrito en una pelea y perdió. El pobre estaba malherido, pero el hombre se enfadó con él por haberle hecho perder dinero. En vez de llevarlo al veterinario, tomó al perro y se fue a toda prisa al zoológico. Se acercó a la jaula del león y empujó al perrito a través de los barrotes.
La gente que estaba junto a la jaula estaba atemorizada. El perro tenía el rabo metido entre las patas mientras se arrastraba hacia un rincón, lloriqueando suavemente. El león se levantó y se acercó al perro. ¿Se lo comería? Todos contuvieron la respiración y se quedaron mirando. Entonces, el león extendió su enorme pata y atrajo suavemente al perrito contra su suave y cálido pelaje. Con cuidado, lamió al perro con su gigantesca lengua de león.
Para entonces, el dueño del perro había cambiado de opinión. Quería recuperar a su perro y pidió al guardián del zoológico que se lo trajera.«¿Está loco? -le dijo el cuidador-. Si quiere recuperarlo, entre y búsquelo usted».
El hombre intentó llamar al perro, pero este no se movió. Entonces, se enfadó y le gritó al perro. En ese momento, el león miró fijamente al hombre y rugió. El hombre se asustó tanto, que se dio la vuelta y echó a correr.
Las personas que estaban cerca de la jaula vieron la bondad mostrada por aquel león. El león vio a alguien que necesitaba un amigo, y se convirtió en ese amigo. Nunca dejó que nadie le quitara el perro, y los dos vivieron allí juntos como amigos durante el resto de la vida del perro.
¿Conoces a alguien que necesite un amigo? Mantén los ojos abiertos y, cuando veas a alguien, sé como el león bondadoso y tiéndele tu mano. Dios cuenta contigo para que muestres su amor a los demás.
Julie.