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Hay un viejo refrán que dice: «Nunca juzgues un libro por su portada». Esto significa que no se puede saber lo que hay dentro con solo mirar el exterior. En el versículo de hoy, David había salido a luchar contra Goliat; y el insensato Goliat, en vez de ver a un joven valiente con Dios de su lado, solo vio a un muchacho vestido como un pastor de ovejas. Si conoces el resto del relato bíblico, sabrás que Goliat se equivocó con David, pues lo venció.
Pero es fácil juzgar mal. Pensemos en los pájaros. A la mayoría de nosotros nos gustan más los pájaros bonitos y coloridos, como los cardenales, que los pequeños gorriones marrones. Juzgamos a los pájaros por el color de sus plumas o, a veces, por sus largas y bonitas colas o por los «tocados» de plumas que llevan en la cabeza. Otra forma de juzgar a los pájaros es por cómo trinan. Algunas aves, como ocurre con los pavos reales y los faisanes, tienen un aspecto hermoso, pero sus voces son graznidos agudos.
En cambio, algunos pájaros suenan casi como cantantes de ópera (los cantantes de ópera son conocidos por su canto fuerte y hermoso). El zorzal ermitaño canta muy bien, pero no es tan bonito. El ruiseñor es famoso por su hermosa voz, pero tampoco es muy llamativo. Algunos pájaros, sin embargo, ¡lo tienen todo! El turpial venezolano lleva un brillante pelaje amarillo, y es también un buen cantante. Y el picogrueso pechirrosado no solo es hermoso, sino que su trino es bellísimo.
No es bueno juzgar por el aspecto de los pájaros o de las personas. Alguien puede tener mala cara porque acaba de recibir una mala noticia, porque le duele un dedo del pie o porque acaba de hacer mal un examen de matemáticas. Incluso alguien con cara de gruñón puede resultar ser un buen amigo.