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Si alguna vez has visto un avestruz en un zoológico, es probable que te haya parecido un pájaro feo. Las avestruces son enormes. Pueden medir dos metros y medio, y pesar hasta 300 libras (150 kilos). La mayor parte de su tamaño se debe a su cuello delgado y a sus patas aún más delgadas. Sin embargo, sus plumas son muy hermosas, y hace años la gente las mataba por su plumaje. Casi se extinguieron. Hoy es posible ver avestruces, y hasta darles de comer, en algunos parques zoológicos.
Te he dado algunos datos sobre el avestruz, pero hay un mito muy extendido. Mucha gente cree que, cuando las avestruces se asustan, esconden la cabeza en la arena. Esto no es verdad, pero sí hacen algo muy curioso. Para esconderse, a veces se tumban en el suelo con el cuello estirado, esperando que la confundan con una enorme roca esponjosa. Otras veces, cuando se asustan, las avestruces echan a correr, alcanzando los 65 kilómetros por hora.
El avestruz es una de las aves más extrañas que Dios creó. Y en Job 39: 13-18, Dios compara a su pueblo desalmado e indiferente con avestruces en el desierto.
En Job 39: 13-18, el versículo empieza con una especie de halago. Dice que el avestruz puede tener plumas hermosas, pero que no son nada comparadas con las de la cigüeña. A partir de ahí, la cosa empeora: «Pone sus huevos en la tierra, los deja empollar en la arena, sin que le importe aplastarlos con sus patas, o que las bestias salvajes los pisoteen» (versículos 14, 15, NVI). Si los huevos se abren, el versículo continúa diciendo: «Maltrata a sus polluelos como si no fueran suyos» (versículo 16, NVI).
Parece que a las avestruces les vendría bien un seminario de paternidad... ¿No te alegras de que tu mamá no haya sido un avestruz? ¿Y no te alegras de que se compare el cuidado que Dios tiene hacia nosotros con el de una madre gallina (lee el versículo de hoy) y no con esta gran ave?