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Cuando yo iba a la escuela, a veces me costaba llevarme bien con otras niñas de mi clase. Mi madre, para que me sintiera mejor, me dijo que quizá ellas estaban celosas de mí, pero creo que la verdadera razón era que yo no era una compañera de clase muy cariñosa.
Los celos son un problema importante para algunas personas, y Daniel tenía unos compañeros de trabajo muy celosos.
Como Daniel era un hombre fiel y un gran trabajador, le dieron el mejor trabajo en el reino de Darío. Los otros gobernadores estaban tan celosos que elaboraron un plan para engañar al rey. Consiguieron que el rey aprobara una nueva ley. Esta consistía en que nadie podría adorar a otra persona que no fuera el rey. Ellos sabían que Daniel no se arrodillaría frente al rey, así que intentaron que Daniel se metiera en problemas.
Daniel oraba a Dios tres veces al día en su ventana, donde todo el mundo podía verlo. Y cuando se aprobó la nueva ley, él mantuvo su costumbre de orar tres veces al día frente a todos.
El rey Darío apreciaba a Daniel, pero cuando los gobernadores y supervisores le dijeron que Daniel no había cumplido la ley, tuvo que cumplir lo que había firmado y permitir que arrojaran a Daniel al foso de los leones. Entonces colocaron una gran piedra sobre el foso y lo sellaron con el sello especial del rey. Los leones estaban hambrientos y se abalanzaban sobre cualquier cosa que fuese lanzada al foso. El rey tenía miedo de que Daniel muriera; por eso, se emocionó cuando a la mañana siguiente lo encontró vivo tras quitar la piedra que cubría el foso. En lugar de cenarse a Daniel, los leones acabaron desayunando a esos hombres que habían engañado al rey para que aprobara esa ley.
Si Jesús pudo cerrar la boca de esos leones devoradores de seres humanos, también puede cambiar nuestros corazones. Cuando nos sentimos enfadados, celosos o rencorosos, solo tenemos que pedirle a Jesús que cambie nuestro corazón.