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Cindy y Vance estaban muy emocionados cuando un joven guacamayo llegó como mascota a casa. Creían que este pájaro de colores brillantes comenzaría a hablar en poco tiempo.
Le dieron a César, así es como lo llamaron, algún tiempo para que se acostumbrara a su nueva casa y después empezaron a repetirle frases cortas poco a poco. A cambio, César silbaba y a veces garría fuertemente. Tras unas semanas más de silbidos y garridos, César empezó a murmurar. Repetía ese murmullo confuso una y otra vez, pero ninguno de los sonidos tenía sentido, así que Cindy y Vance se rindieron y simplemente disfrutaron de sus murmullos, silbidos y garridos.
Un día, cuando llegaron a casa, escucharon a César decir claramente: «¡Ayuda! ¡Por favor, que alguien me ayude!». Entonces Vance le dijo a Cindy: «Sus primeras palabras... ¿y quiere que alguien lo rescate?».
Escucharon cómo el guacamayo seguía pidiendo que alguien lo ayudara. Luego, escucharon una voz débil que venía de fuera de la casa: «¡Por favor que alguien me ayude!».
Alguien estaba pidiendo ayuda claramente. Mientras Cindy llamaba a una ambulancia, Vance se puso su abrigo, agarró una linterna y salió por la puerta. Fue siguiendo la voz por la calle hasta que llegó a un antiguo almacén. Al entrar, encontró a un anciano que se había caído y no se podía levantar. Al poco rato, llegó la ambulancia.
Mientras el anciano recibía ayuda de las personas de la ambulancia, Vance le contó el milagro que acababa de suceder. Gracias a que Vance y Cindy escucharon a César, la vida de aquel hombre se salvó. Nuestro Salvador, Jesús, siempre nos escucha cuando le pedimos ayuda. Incluso si solo estamos susurrando.