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Lorisa y su familia fueron de viaje a las Islas Marshall y se alojaron en un hotel que tenía una piscina enorme. Hacía tanto calor que, cuando la familia fue a nadar por la noche, el agua estaba caliente como un baño. ¿Adivinas con qué se bañaron? Con unas trescientas ranas. La piscina estaba iluminada con luces subacuáticas, y Lorisa y su familia pudieron ver a las ranas flotando en el agua, saltando en la cubierta y algunas sentadas en el trampolín, ¡estaban por todas partes!
Al principio fue muy divertido nadar con las ranas, pero luego recordaron que ponen mucho cloro en el agua de las piscinas para matar los gérmenes y no es muy buena para criaturas de piel delicada, como son las ranas. Así que Lorisa y su hermana intentaron sacar a las ranas de la piscina. Las cogieron con las manos, utilizaron las redes de la piscina e incluso probaron a usar una toalla como red de pescar. Pero tan rápido como las sacaban, entraban otras ranas. Las ranas se hacían daño y no lo sabían. Las niñas no podían decírselo porque, por supuesto, no se puede razonar con una rana. Era muy frustrante y eso entristecía a las niñas.
Pensar en esas ranas me recuerda cómo debe sentirse Jesús cuando nos ve hacernos daño por las tonterías que hacemos. Como nos ama tanto, Jesús nos dio algunas reglas para ayudarnos a no hacernos daño. ¿Recuerdas cómo se llaman esas reglas? Sí, los Diez Mandamientos. Y aunque a veces pueda parecer que sus reglas nos estorban, debemos recordar que él sabe qué es lo mejor para nosotros, porque nos ama.
Julie.