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El Sapo Cornudo

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«No buscan al Dios que los creó [...], al que nos instruye y nos enseña por medio de los animales y las aves». Job 35: 10, 11

A Penny le gustaban los pequeños sapos cornudos que correteaban de un sitio a otro en los maceteros que rodeaban su casa. Le gustaba agarrarlos y acariciar sus suaves vientres. A los sapos no parecía importarles y ella siempre los dejaba en el lugar donde los había encontrado. Pero un día se llevó una gran sorpresa. Agarró un gran sapo cornudo que descansaba bajo un arbusto del jardín. El sapo se agitó y forcejeó tratando de liberarse, pero ella lo sujetó suavemente entre el pulgar y el tercer dedo, como había hecho muchas veces.

De repente, un montón de sangre cubrió sus manos. Gritó y soltó al sapo cornudo, que corrió a esconderse. Pero antes de que desapareciera, vio que la sangre había salido de los ojos del sapo. ¡Qué gran susto!

Los sapos cornudos no son sapos, son lagartos. Y tienen varias formas de protegerse. Pueden cubrir su cuerpo de espinas afiladas, a veces se inflan como un globo espinoso y saltan y silban. Pero la forma más repugnante de protegerse es lanzando sangre por los ojos. Los científicos aún no han descubierto cómo ni por qué lo hacen. ¿No te parece que son muy astutos estos sapos cornudos?

Como dice el versículo de hoy, Dios nos enseña por medio de los animales, y Penny aprendió una lección a través del sapo cornudo.

Vicki.

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