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Hace años vivía en la India un comerciante que vendía un poco de todo, incluidas lentes con el borde de color dorado. Era un almacén pequeño, y en los días calurosos dejaba la puerta abierta para que entrara la brisa. Una tarde, mientras limpiaba, se dio cuenta de que faltaban varios pares de lentes con el borde de oro. Ese día no había vendido ninguno, así que supo que se los habían robado de la cesta que tenía en el mostrador. Por supuesto, esto le entristeció y decidió que tendría que vigilar más de cerca a sus clientes.
Sin embargo, a medida que pasaban los días, cada vez se llevaban más lentes con montura de oro. No lo entendía. ¿Quién le estaría robando? Tenía mucho cuidado de vigilar a todos los que entraban en el establecimiento, pero no conseguía resolver el misterio. «Pase lo que pase -se dijo una tarde-, mañana me sentaré en mi taburete y observaré esa cesta de lentes todo el día. Averiguaré qué está pasando aquí».
A primera hora de la tarde del día siguiente, un cuervo saltó silenciosamente por la puerta y se subió al mostrador. Antes de que el hombre pudiera reaccionar, el ave salió pavoneándose por la puerta con un par de monturas doradas en el pico. El comerciante saltó de su taburete y salió corriendo por la puerta para ver por dónde se había ido el cuervo. Mirando hacia los árboles cercanos, vio un nido dorado que brillaba al sol. Allí, la orgullosa corneja se posaba cerca, acicalándose las plumas.
A los cuervos les encantan las cosas brillantes, aunque no sean lo que realmente necesitan. A veces, pienso que yo me parezco a los cuervos, porque a menudo elijo cosas que no necesito solo porque tienen buen aspecto. Estoy muy contenta de poder pedirle a Jesús que me ayude a tomar decisiones más sabias, y tú también puedes pedírselo. Jesús te ayudará a mirar más allá del brillo y los destellos para ver lo que realmente importa.
Julie.