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El profesor Preston invitaba a sus alumnos a traer sus mascotas a clase para que las enseñaran y hablaran un poco sobre ellas. Un día, un niño le dijo que al día siguiente traería su cabra a clase. El profesor pensó que quizá no era una buena idea y le pidió al niño que su padre le llamara esa noche para hablar de ello. Como el padre no llamó, el señor Preston pensó que la cabra no vendría. Sin embargo, a la mañana siguiente, Josh entró con una cabra atada a una cuerda. «Le presento a Betsey», dijo con una sonrisa. «Josh, esta cabra no puede quedarse aquí todo el día. Tienes que pedirle a tu padre que venga a buscarla», le contestó el profesor. «Pero no puedo, trabaja en la fábrica todo el día y no puede venir a recogerla». Así que Betsey se tuvo que quedar todo el día. Como era invierno y había nieve fuera, Betsey se quedó dentro de la clase, pero no se callaba. Entonces la sacaron al pasillo y cerraron la puerta, y pronto se puso de pie sobre sus patas traseras, mirando a través de la ventana de la puerta. «¡Ba-a-a-a-a!», gritó, con los ojos fijos en Josh. «¡Ba-a-a-a-a!».
Josh la ató fuera, debajo de la cochera, pero al poco tiempo Betsey se soltó y comenzó a correr alrededor del edificio, con una sonrisa de cabra en la cara. Se subió a la unidad de aire acondicionado que había fuera, cerca de una ventana y, una vez más, sus ojos se fijaron en Josh a través de la ventana.
Durante el almuerzo, los alumnos y el profesor se fueron a otra sala, así que Betsey se colocó en otra ventana. Dondequiera que fuera Josh, Betsey se aseguraba de poder verlo.
Aquel fue un día muy largo, pero el profesor Preston nunca olvidará a Betsey. Ella quería tanto a Josh que no importaba lo que pasara, se aseguraba de no perderlo de vista. Aprendamos de esta cabrita y mantengamos siempre nuestros ojos en Jesús, pase lo que pase.
Julie.