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Había un bebé que estaba en peligro por culpa de un rey malvado. Era un bebé muy querido por su familia, y, como querían protegerlo, la mamá fabricó una cesta flotante especial que mantendría al bebé a salvo y seco. A su hermana mayor le encargaron la tarea de vigilar la cesta mientras flotaba escondida en el río.
¿Quién era el bebé de esta historia? ¡Has acertado, era Moisés!
Cuando observamos el mundo animal, vemos muchas formas en que las hembras protegen a sus bebés. Podemos ver la mano de Jesús al crear crías de animales que serán protegidas hasta que crezcan. Por ejemplo, el ciervo de cola blanca es uno de estos animales.
Cuando el cervatillo nace, la madre le lame todo el cuerpo y esto destruye cualquier olor que pudiera permitir a los enemigos saber que el cervatillo está allí.
Una hora después de nacer, el cervatillo ya puede andar, así que su madre lo lleva a un lugar seguro. Durante los tres días siguientes, el cervatillo permanece casi inmóvil. Tiene las patas recogidas bajo el cuerpo, el cuello estirado y la cabeza apoyada en el suelo. No tiene olor y su cuerpo moteado se confunde con el fondo. Por eso, los animales que podrían hacerle daño nunca saben que está ahí.
Y, a diferencia de sus padres, los cervatillos no desprenden ningún olor al andar. Sus pisadas no dejan olor hasta que el bebé ha crecido y puede correr rápido.
Si Jesús se preocupa tanto por proteger a un ciervo joven, piensa cuánto más quiere protegerte a ti.
Joelle.