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Uno de mis juegos favoritos para divertirme con mis amigos era sardinas. ¿Lo conoces? Es básicamente lo contrario de las escondidas, es decir, una persona se esconde y todos los demás la buscan. Si la encuentras, te unes silenciosamente a ella en su escondite. Pronto, casi todo el mundo está amontonado, todavía escondido, y la última persona en encontrar al grupo es la siguiente en esconderse.
Por suerte, el avetoro americano, miembro de la familia de las garzas, no tiene que preocuparse de esconder o camuflar a nadie, sino a sí mismo. Pero lo hace muy bien.
Se cuenta la historia de una madre avetoro que construyó su nido en un pantano lleno de una planta llamada espadaña. Estaba admirando su nido y sus huevos cuando, de repente, su satisfacción se convirtió en miedo y ansiedad. Mientras estaba ocupada con el nido, un zorro rojo se acercó sigilosamente, y ella no lo había visto hasta ese momento.
Hiciera lo que hiciera, tenía que hacerlo rápido. Podía deslizarse por el camino de salida y salir volando, o podía mantenerse firme y tratar de luchar.
En cambio, apuntando su largo pico hacia arriba, la mamá avetoro se congeló. En un camuflaje asombroso, las rayas claras y oscuras que cubren su garganta y pecho le permitieron mezclarse perfectamente con los juncos de espadaña.
Entonces se levantó la brisa y los juncos empezaron a mecerse lentamente con el viento. Suavemente, ella también comenzó a balancearse. Desde el pico hasta las patas, cada parte se movía para producir un balanceo igual al de los juncos. El zorro miró en dirección al avetoro, pero solo vio el balanceo de los juncos, así que siguió su camino.
A veces, nos resulta divertido utilizar nuestras habilidades de camuflaje y escondernos de los demás. Pero lo maravilloso es que cuando buscamos a Jesús, siempre podemos encontrarlo.
Joelle.