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¿Alguna vez has sido el encargado de mantener alejadas a las moscas de los postres en un pícnic? O quizá fuiste a ver caballos o vacas, pero te pasaste la mayor parte del tiempo espantando moscas de tu cabeza. ¿Alguna vez se te ha acercado una mosca, pero se ha alejado zumbando justo antes de que la golpearas?
En español hay muchas frases que incluyen la palabra «mosca». Por ejemplo: «No haría daño ni a una mosca», describe a una persona amable. También podrías decir: «Me gustaría ser una mosca en la pared», si quisieras esconderte en una habitación para ver lo que pasa. Pero creo que una expresión más acertada para describir a una mosca doméstica es: «Esa mosca podría matarnos».
La mosca doméstica se incuba y crece en cosas desagradables. Come animales muertos y basura, se pasea por el montón de estiércol y luego por el azucarero de tu mesa. Una sola mosca puede tener hasta 30 millones de gérmenes en su vientre y 500 millones en el exterior de su cuerpo.
Además, las moscas se desplazan mucho. Una mosca puede volar 100 kilómetros en un día. Puede estar en el vertedero por la mañana y trepar por tu rodaja de sandía por la tarde. Su cuerpo y sus patas están totalmente cubiertos de finos pelos que crecen muy juntos. Estos pelos actúan como escobas, barriendo y recogiendo gérmenes mientras la mosca viaja de un lugar a otro. Y cada vez que una mosca doméstica se posa en nuestra comida, existe la posibilidad de que algunos de esos gérmenes nos sean transmitidos y nos causen daño.
No es de extrañar que, cuando se vieron invadidos por la plaga de moscas, los egipcios y los israelitas se aterrorizaran y empezaran a invocar al Dios verdadero para que los salvara y protegiera. Lo que me parece asombroso es que Jesús hizo nuestros maravillosos cuerpos para que luchen contra todos esos gérmenes, y la mayor parte del tiempo nos mantenemos sanos y fuertes.
Joelle.