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Huracanes

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"Yo lo pondré a salvo, fuera del alcance de todos, porque él me ama y me conoce" Salmo 91: 14

Los huracanes deben su nombre a los pueblos que vivían en el Caribe hace mucho tiempo. Estos empezaron a llamarlos así por un dios pagano llamado Hurakan, que creían que enviaba tormentas a la tierra.

Las imágenes de satélite de los huracanes se toman desde el cielo y se puede ver por encima del huracán. Desde allí, un huracán parece una gran dona. La rosquilla puede tener entre 480 y 960 kilómetros de diámetro y 18 kilómetros de altura. Los vientos que producen pueden alcanzar los 320 kilómetros por hora y pueden dejar caer una lluvia casi torrencial. Los huracanes se forman sobre el agua, y por eso vierten tanta agua sobre la tierra, porque la recogen del océano.

Los huracanes pueden ser muy peligrosos, pues arrojan toneladas de agua, provocan inundaciones, arrancan árboles y destrozan edificios. También pueden provocar olas de hasta 12 metros de altura que pueden causar muchos daños en la costa.

Si alguna vez has visto un huracán, ya sea en persona o por televisión, sabrás que son muy fuertes. Sus vientos pueden doblar árboles casi hasta el suelo y pueden arrastrar automóviles con sus grandes olas. Pero lo más curioso es que el ojo o centro de un huracán está en calma. El centro del huracán es pequeño en comparación con el resto de la tormenta, normalmente de unos 40 kilómetros de ancho; y, normalmente, en el ojo del huracán no hay vientos, lluvia ni nubes. Aunque haya una fuerte tormenta alrededor, en el ojo del huracán reina la calma.

Todo el mundo tiene problemas, incluso los niños o las familias pueden tener problemas a veces. En algunos momentos, las cosas pueden parecer bastante tormentosas en nuestras vidas, sintiéndote como si estuvieras en un huracán cuando las cosas van mal. Cuando eso suceda, pídele a Jesús que entre en tu corazón. Él te ayudará a mantener la calma y la paz, por muy fuerte que sea la tormenta que te rodea.

Vicki.

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